Mi camino tiene un comienzo sencillo y oculto, semejante a las cosas simples de la vida…Cuando era chico vivía en un pueblito chiquito de Francia, en Mais Saintes Puelles, alrededor del año 1180, sobre una colina y rodeado de montañas. Los tejados de las torres, propios de la época en que viví, eran el marco propicio para que mis padres, Guillermo y Teodora, se conocieran y uniendo sus vidas decidieran formar una familia. Desde tiempo atrás mi padre aprendió de mi abuelo el oficio de mercader, lo que significaba en términos claros, una buena posición económica. Mamá era una mujer hermosa, la recuerdo trabajando codo a codo con mi padre; padres comunes que luchaban por trazar un horizonte nuevo a sus vidas que se unían.
En aquel pueblito sólo viví
hasta los quince años. Mis amigos compartían conmigo las travesuras propias de
nuestra edad, nos gustaba escaparnos a la siesta a la falda de un monte donde construíamos casitas
de piedra semejantes a las del pueblo. Durante mi primera infancia mi vida transcurrió
entre juegos y mimos, hasta que mi padre enfermó y experimenté fuertemente el
dolor de perderlo. Nunca imaginé que sucedería tan rápido. Tengo los mejores
recuerdos de él, y cuando los hago presentes, descubro que profundas huellas
dejó en mí.
Fue muy difícil para mi
madre y para mí enfrentar este dolor. Si bien había muchas personas que nos
acompañaban, sólo ella y yo comprendíamos lo que implicaba seguir caminando la
senda que con tantos anhelos había iniciado, pero ahora sin él.
Pasaron dos años apenas de
aquel acontecimiento que marcó la primera gran etapa de mi vida, cuando otra vez me toca padecer
la enfermedad de un ser querido: mi madre. Aquella tarde mientras acomodábamos
mercadería recién llegada, mamá sufrió una fuerte descompostura. No supe que
hacer, corrí a buscar ayuda pero cuando regresé con ella ya era tarde, mamá
había muerto. Lloré amargamente su partida y hasta me revelé con Dios porque
sentí que me había abandonado. Durante varios días estuve solo, me costaba
entender el porque del dolor y el sufrimiento. Unos amigos se acercaron y me
ayudaron a descubrir que no todo terminaba allí, que tenía mucho por andar,
mucho por hacer.
Al cumplir dieciocho años,
un pariente de papá me animó a salir de mi pequeño pueblo para emigrar a una
ciudad que me diera más posibilidad y porque no, la oportunidad con la que
quizás formaría mi propia familia. Debo confesarles que nunca imaginé que
llegaría este momento. Pero bueno, cada vez me convenzo más de que la vida de
una persona es como un barco, cuyo rumbo el timonero nunca termina de conocer.
Simplemente navegamos mar adentro.
Cuando llegué a Barcelona,
me encontré con un mundo totalmente diferente. Allí logré sacar de mí algo que
seguramente guardaba desde siempre: la astucia, la rapidez, y por que no la
sagacidad para comprar y vender.
Soy muy afortunado porque
siempre hubo amigos que compartieron esfuerzos y desafíos. Confieso que no soy
alguien que pueda vivir solo. Pude emprender mi empresa con el paso del tiempo
y la ayuda de todos ellos, me fascinaba la idea de entrar en contacto con otras
personas, regatear precios, en fin, fui un aventurero.
Como se darán cuenta, entre
una cosa y otra, fui llegando a este segundo momento de mi vida, marcado por
dos cosas esenciales: comenzar a valerme por mi mismo y trabajar codo a codo
con otros compañeros para concretar lo que mi padre soñó para mí, y lo que yo
mismo anhelé desde muy joven: ser comerciante.
Mercancías, joyas, finas
telas, especies, son la felicidad y el orgullo de muchos hombres que como yo
transitaron el mundo en viaje de negocios. Muchas veces me dejé fascinar por la
posibilidad de poder que tenía entre mis manos, sin embargo, nunca perdí de
vista el valor de las cosas simples y pequeñas, el valor de lo que pasa
inadvertido a los ojos de la gente, la charla con un buen amigo, un momento de
tranquilidad para dialogar con Dios, una buena obra a favor de una persona
pobre. Creo que esto no lo conseguí por mis propios medios, sino que lo heredé
como un tesoro enorme de mis padres. Ellos cultivaron en mí la sensibilidad por
lo que sucedía a mi alrededor, por los pobres y desde allí me enseñaron a
descubrir el rostro de Dios que también se hizo pobre para salvarnos.
Creo que estos
sentimientos, esta manera de ver el mundo me permitió, en los distintos viajes
que hice hacia África, descubrir realidades muy duras que me golpearon fuerte
el corazón. Se trataba de hombres y mujeres que por causa de ser cristianos,
eran apresados, sometidos, torturados en nombre del dios Alá.
Aquellas personas estaban
grabadas en mi mente y en mi corazón, y al volver a España no podía olvidarlas.
Esta situación me hizo valorar más mi fe; el testimonio de aquellos hombre y
mujeres me hacían pensar en la posibilidad que yo tenía de celebrar los
misterios de Dios sin ningún obstáculo. En mí se produjo algo totalmente
extraño, sentí la necesidad de hacer algo por ellos y no lo dudé ni un
instante. Junto a mis amigos decidimos usar los recursos que teníamos, aquellos
que sabíamos hacer (comprar y vender), para librar al menos algunos hermanos de
aquellas horribles cárceles.
Años más tarde, me vi
envuelto en una empresa totalmente nueva e increíble. Había puesto todo a favor
de aquella causa de liberación.
Ellos, los cristianos, eran mi perla
preciosa. Me ayudaron a comprender el sentido de mi vida, que durante años
estaba buscando, me enseñaron a valorar el precio de mi propia vida y de mi
libertad, el precio de mi fe.
Para esta época, ya tenía
alrededor de cuarenta y cinco años, no había formado mi propia familia, y sin
embargo no estaba solo puesto que mi familia eran mis hermanos, aquellos que
compartían mis ideales y también los pobres cautivos que una vez liberados
compartían un buen tiempo de sus vidas con nosotros.
Quienes me conocieron desde
niño nunca se imaginaron que mi vida recorrería estos rumbos, y a decir verdad
yo tampoco. Soy un hombre sorprendido por Dios y fascinado por los desafíos que
la vida me fue ofreciendo…yo sólo quería
ser feliz, pero Él quiso que también hiciera de mi vida algo valioso.
Siento que detrás de mi
proyecto, de tu proyecto de vida, hay un sueño, un anhelo de alguien más grande
que quiere que vos no sólo seas feliz sino que hagas de tu vida algo valioso.
Hoy me recuerdan como fundador de la “familia mercedaria”, es más, algunos
dicen que la obra que organicé con mis hermanos y amigos se asemeja a la
redención de Jesús. Yo no entiendo de cuestiones complicadas ni de Teología,
sólo sé que mi vida fue para mí la posibilidad de hacerme más amigo del Padre
Dios y de mis hermanos más pequeños, de sentir de cerca su amor, comprender que
me creó por amor y para amar. Así de simple, yo amé con lo que siempre fui: un
comerciante y por eso aprendí a comprar la vida de mis hermanos cautivos,
pagando como rescate mi propia vida. No se asusten chicos, el Padre no les pide
más de lo que pueden dar, ni más de lo que saben hacer. No se compliquen la
vida, no se rompan la cabeza, miren a su alrededor y oren pidiendo la luz para
ver y actuar cuanto antes.